12. El hecho de que Laura Riding viviera más de la mitad de su vida en la Florida la acerca a mi experiencia, pues también para ella la aridez floridana fue el destierro, luego de catorce años de expatriada en Londres, Egipto y Mallorca. Laura construyó su celda en el mismo espacio donde yo cumplía condena. Un paraíso común.
13. Descubrí a Laura en la tienda de libros descartados de una biblioteca pública: The Poetry of Laura Riding, reedición de 1980, $0.99. Antes había dado con una antología que traía Los problemas de un libro. Inmediatamente lo traduje en el primer trozo de papel que encontré. No podía dejar pasar otro momento sin que esas palabras hablaran en español.
14. La acusaron de bruja, pero ese destino no se cumplió hasta que fue a vivir a una cabaña en el infierno calcáreo de la Florida central. Allí la Diosa Blanca, la druida, la judía errante que había hablado en una lengua cifrada, la sin acólitos, se expresó en el silencio, en manifiestos ocasionales llenos de reproches, incriminaciones y anatemas, de correcciones y notas al pie de sí misma, un silencio atronador que duraría más de medio siglo, empeñada en la elaboración de una sopa de piedra, un tratado impotable (Rational Meaning: A New Foundation for the Definition of Words), un adefesio que debió haber sido su Gran Obra. Esa espera es un lenguaje equiparable al de la poesía escrita.