'Che, memorias de un año secreto', o de cómo Fidel desapareció a Ramón Benítez
Un documental del 2020, de la cineasta Margarita Hernández Pascual, expone la manera en que Fidel Castro se deshizo de Che Guevara
1. Escolástica de la favela
Desde el balcón de la casa de un amigo en el barrio de Gracia, en Río de Janeiro, contemplo la favela llamada Morro dos Prazeres: "¡Qué vista tan espectacular de la favela!", exclamo, y la esposa brasileña de mi amigo me amonesta: ¡Comunidade, Néstor! Chama-se comunidade. Favela é um termo pejorativo...
Como una cotorra extraviada, la religión de los norteamericanos había llegado a Río—o tal vez fuera el águila imperial que vio José Martí, planeando ominosamente sobre nuestras repúblicas—. Ahora cada universidad era una diócesis donde se impartía la doctrina puritana de la diversidad, la igualdad y la inclusión: el Opus DEI gringo.
Se imponía el dogma de los estudios de raza y el canon LGBTQ+. Tal vez por eso Dilma y Lula viajaban a La Habana como si fueran en peregrinación al Vaticano: la señalización virtuosa no era más que guevarismo renormalizado, un pietismo para el homúnculo conocido anteriormente como "Hombre Nuevo".
Se acusa a Jair Bolsonaro de alinearse con los pentecostales, pero la penetración evangélica es un mal menor si se contrasta con el fanatismo de la izquierda que interiorizó los preceptos del puritanismo cultural yanqui.
En Brasil entendí que el triunfo de Castro era espiritual, no militar. Castro se había impuesto al mundo como estudiante, no como comandante. Su actividad universitaria, el Sturm und Drang de su período romántico, seduce a los grupos locales de Antifa, Primera Línea y Black Block que aspiran al bogotazo, no a la guerra de guerrillas. El Che había visto lejos, y aquí estaba por fin el fruto de su "estímulo moral": la mojigatería militante.
Le respondí a la esposa de mi amigo: "Obrigado, mi querida. Mil gracias, pero prefiero decir favela. Es una hermosa palabra vernácula, mientras que comunidade es un barbarismo…".
Los brasileños creen que su país está mal, que vive una crisis permanente —aunque para mí, que vengo de Los Ángeles, Brasil parece una nación pujante—. Se lo explico al taxista que me conduce a la ciudad desde el aeropuerto Galeão: Cuba es lo que podría pasarle a Latinoamérica mientras espera por la debacle neoliberal.
Entonces siento el codazo de Esther María: ¿Para qué meter a Cuba en el potaje? "Cuba es la medida de todas las cosas", respondo, buscando que me oigan los otros. "Esas favelas serían palacios para la pobre gente de La Habana. ¡No creo que aquí nadie tenga que hacer la cola del pollo!". El taxista me mira por el espejo, con cara de espanto.
"Aquello que veo allá, en los techos, ¿son tanques de agua?", vuelvo a preguntar. La tensión dentro del taxi puede cortarse con un cuchillo. "Sí, todas tienen su tanque de agua y su antena parabólica. Los cobradores de la compañía de electricidad no entran. Hay internet gratis y un consejo local de capos que gobierna las favelas". Interesante, pienso. Una solución para La Güinera y otros repartos de La Habana.
"¿Cómo se llama esa?". Veo casitas hechas de ladrillos rojos, y no de chapa, leña y cartón, como imaginaba. El hombre me contesta: "Es la Rocinha. Lo único que le falta es un buen sistema de drenaje de las aguas residuales". Mi chofer parece pugnar con la noción tóxica que acabo de plantar en su cabeza: "Sí, incluso hay profesionales que se van a vivir a las comunidades para no tener que pagar alquiler ni servicios...".
El taxista hace una pausa, se seca la frente. Permanecemos en silencio hasta llegar a Gracia.
2. Esqueleto interrogado
Si la izquierda latinoamericana sucumbe a un nuevo tipo de adoctrinamiento made in USA, entonces la generación del milenio ha recibido el veneno castrista por carambola. La favela es el templo de una ideología dedicada al negocio de la pobreza irradiante, y la favelización extrema de Cuba sirve el mismo propósito doctrinal.
Desmontar la metafísica revolucionaria resultó ser mucho más difícil que la destrucción del capitalismo. Revolución y Capital acordaron un merger, una fusión espectacular y una convergencia epistemológica. Hoy la oligarquía habla el idioma del guevarismo, mientras el castrismo recula hacia el modelo monopolista unifamiliar: doble salto dialéctico. Efectivamente: dentro del nuevo orden cabe todo, mientras que fuera del totalitarismo virtuoso se hace cada vez más difícil encontrar cabida.
La denuncia de patrañas delictuosas y el destape de negocios turbios apenas hacen mella a la cohesión del culto: Odebrecht, BNDES, Más Médicos, ZED Mariel, Cristina Fernández Kirschner y Nicolás Petro. El escándalo mediático devino un arma contrarrevolucionaria, y la página de Twitter, el escenario de la ofensiva libertaria contra el monopolio mediático socialista. La actualidad es la zona en disputa, mientras el pasado glorioso, defendido celosamente por las tropas de choque castristas, se deshace en un montón de gigabytes.
El pasado es un armario que atesora esqueletos peligrosos, de ahí la necesidad del tipo de documentalismo forense que practica Margarita Hernández Pascual. Volver sobre los hechos, restaurar lo borrado y devolver a su sitio lo que falta. Llevar al héroe frente a la cámara, ponerlo contra la pantalla como ante un paredón, obligarlo a confesarse, a romper el voto partidista de silencio.
Que fuera en el Brasil de Dilma y Lula donde salieran a relucir los trapos sucios del castrismo, es significativo. A Margarita Hernández, cineasta cubana de Fortaleza, le tomó años armar el expediente de uno de los grandes crímenes políticos de nuestro tiempo: su documental Che, memorias de un año secreto (2019), es el recuento de cómo el Guerrillero Heroico cayó en desgracia.
El filme reconstruye el momento en que Ernesto Guevara entra en la trampa que le ha tendido Fidel Castro –quizás desde el principio, desde aquel primer encuentro "en casa de María Antonia"–. En 1965, un Guevara acorralado no encuentra salida del Congo, Tanzania o Praga. No existe otra figura histórica que se asemeje tanto al protagonista de la noveleta El acoso de Alejo Carpentier. La duración de "la Eroica" y el año secreto del que se ocupa el documental de Margarita Hernández son lapsos equiparables.
Cuando por fin logra llegar a Praga, Guevara es una mosca en papel engomado: el papel de su famosa, tal vez ficticia, carta de despedida. Che, memorias de un año secreto puede verse como un whodunit y, si descartamos como propaganda las dos películas de Steven Soderbergh, vendría a ser el primer capítulo de la biografía crítica del argentino.
El documental de Margarita Hernández es también un interrogatorio en el que los procesados no son conscientes de serlo, a pesar de tener los reflectores encima y un micrófono delante. Por la película desfilan actores principales que nunca habíamos oído hablar, transformados, por la magia de la senectud y la transición, en cuentapropistas de la gesta, una pelotón de gargantas profundas que comparten los detalles maquiavélicos de sus desafueros.
Produce un placer morboso ver al comandante Víctor Dreke bajar la guardia ante esta mujer en traje de reportera, sin saber que su propia comparecencia es un segmento de Los más buscados en versión cubana; o escuchar al esbirro Ulises Estrada rememorar sus éxitos con las rubitas checoslovacas; o a un aceitoso Jon Lee Anderson que jura imparcialidad con una mano puesta sobre la cartilla Venceremos.
¿Dónde habían estado estos personajes de pulp fiction, estos rufianes de capa y espada? El extraordinario odontólogo Luis Carlos (Fisín) García Gutiérrez entra de la mano de Margarita en la galería de monstruos castristas. He aquí al dentista, cruce de Svengali y Mengele. Carga en su maletín una giba de plástico, dientes de prótesis, pasaportes falsos y una maquinilla para borrar el pico de viuda de la frente de un tal Ramón Benítez, comerciante uruguayo.
¿No es esta la manera en que un abogado de bufete, un pichón de gallego afectado de micrognatia (mandíbula corta), efectuó su extraordinaria transformación cosmética para reaparecer ante el mundo como el rebelde barbón? ¿No es el castrismo un trucaje? ¿No ha sido siempre la cosmetología su modus operandi?
Limpiar la costra de maquillaje y llegar al rostro, es lo que hace Margarita Hernández con Che Guevara, y quién quita que un día contemos con los datos necesarios para imputar a Castro las muertes de Camilo Cienfuegos, Oswaldo Payá y John F. Kennedy. Por el momento, disponemos de pruebas suficientes para imaginar, con las nalgas al borde de la luneta, la manera en que eliminó al Che.
3. Ernestine disparue
Segundo Seminario Económico de Solidaridad Afroasiática, 24 de febrero de 1965. El Che se encuentra en Argel, donde pronuncia un discurso incendiario. Nunca sabremos si su diatriba antisoviética tomó por sorpresa a Fidel, o si la discrepancia entre ambos se había manifestado previamente en los corredores del Ministerio de la Industria Ligera, que tutelaba Guevara.
Suelen citarse las simpatías pro-China del argentino, la ruptura sino-soviética y el inevitable encontronazo de personalidades exorbitantes para explicar el momento de ruptura revolucionaria. El hecho es que, a su regreso de Argelia, Ernesto desaparece. Desde mediados de marzo de 1965 hasta la primera alusión a su paradero por parte de Fidel, el 16 de junio, el Che fue un desaparecido. Un argentino desaparecido.
“Lo que más me atrajo de este momento de su vida fue la inmovilidad a la que fue sometido. El hecho de pasar de una figura pública, de una celebridad mediática, a un clandestino, a un hombre encerrado en un cuarto sin perspectivas de volver a su casa, a su familia”, comenta la cineasta.
Imposible ignorar el conflicto íntimo de dos hombres fuertes con roles antagónicos. En México, durante los preliminares de la campaña antibatistiana, surge una nueva forma de culto, de la que Guevara es el primer acólito: llamémosla, por lo pronto, "imitación de Castro". Si nos acogemos a las reglas de la teoría queer y a la nomenclatura BDSM para explicarlo, Guevara vendría a ser el pasivo, el sub, el bottom, mientras que Castro sería el dom y el top: el señor del esclavo. Los peligros de una disciplina de sometimiento que llega a erigirse en religión de Estado es el tema de la novela La carne de René, de Virgilio Piñera (1952), primer estudio de la pulsión homoerótica conspirativa (existe, además, Días ácratas, de Alberto Guigou, la gran novela del clandestinaje gay).
La ética guevarista, basada en la obediencia y el autosacrificio, es explícitamente sadomasoquista (S&M), por lo que convendría introducir aquí, para uso exclusivo de revolucionarios, la dualidad simbólica C&G, o castroguevarista, en reemplazo de la nomenclatura basada en Sade-Masoch. El conflicto final de la dupla Castro-Guevara es un típico juego de poder, y si consideramos el uso del disfraz, el uniforme y el enmascaramiento, vendría a ser también un juego de roles comparable al practicado en la subcultura bondage.
Gracias a las confidencias in extremis de los testigos presenciales tenemos noticia del estado de ánimo en la sede diplomática cubana de Daar el-Salam y en la casa secreta del Partido en Praga, dos ejemplos de dungeon o calabozo sadomaso en los que Che tomó refugio en su etapa de acosado. Allí las funciones del señor y el esclavo quedan nítidamente definidas. El Che se ha portado mal y merece escarmiento. El bottom acepta gozoso el escarnio y la degradación. El Che ha sido castrado: es decir, despojado de poder y repudiado por su señor. La servidumbre C&G implica una variante mórbida del compañerismo entre hombres fuertes, y es únicamente en ese sentido que Fidel y Ernesto fueron camaradas.
4. El cartero miente dos veces
La alocución de Fidel ante el flamante Comité Central del Partido en 1965 es una representación teatral donde el culpable finge inocencia ante millones de telespectadores. El que había negado ser comunista se proclama Secretario General, y el documento inaugural del nuevo organismo es una carta apócrifa, una carta robada que el destinatario hace pública con el propósito expreso de descartar al remitente.
Fidel no evidencia emoción al leer la misiva del discípulo amado: en la noche del estreno, su sentimentalismo es desfachatadamente teatral. El mensaje está en el body language, en el tono engolado que recuerda el estilo declamatorio de José Pardo Llada y Armando Pérez Roura. A pesar de escenificarse durante un evento solemne, la desaparición de Guevara es despachada con celeridad notarial, de manera poco ceremoniosa.
"¿Por qué no se encuentra entre nosotros hoy el compañero Errrrrnesto Guevara?", pregunta el demagogo, retóricamente. Fidel lee sin titubear: cada cláusula está pautada con absoluta deliberación, cada párrafo expresado en registro didascálico. La farsa es tan deslumbrante que uno llega a preguntarse cómo, 60 años después, los fanáticos aún no la reconocen.
Los asistentes permanecen inmóviles, un mar de rostros inexpresivos. Solo Aleida March, la esposa comisaria, solloza. La coartada es patente, aunque el periodista Jon Lee Anderson se resista a verla: la ceguera de los simpatizantes ha sido el principal obstáculo a cualquier esfuerzo por incriminar a Castro.
Para una comprensión profunda de este episodio no debemos confiarnos de los historiadores: habría que acudir más bien a fisonomistas y adivinos. El fidelismo es una superchería histórica, un fervor inducido por las fiestas del calendario: el culto del héroe como superstición de las efemérides. Consecuentemente, el historiador que sitúe el final del proceso revolucionario en el período de institucionalización, una década más tarde, y no en esta gran farsa inaugural ante el pleno de los secuaces, asume tácitamente el papel de testaferro de la dictadura.
5. “Negros, bien negros”
En Che, memorias de un año secreto, los comandantes Víctor Dreke y Harry "Pombo" Villegas, se cuelan en la campaña del Congo de 1965, como salidos de la nada. Son el tipo idóneo de sicario, del color apropiado. "Fidel me pidió que le consiguiera un grupo de combatientes negros", recuerda Dreke. "El Comandante en Jefe dijo: 'Bien negros, así como tú'", admite este afrocubano viejo de bigote blanco y ojos de reptil.
Margarita Hernández lo fija en un close-up, pero sin ahondar en el tema. Desaprovecha la oportunidad de documentar uno de los episodios más significativos de la historia militar cubana. Así aparece la primera de dos lagunas narrativas en su película: la omisión de las misiones previas de estos mismos hombres, como lugartenientes de Guevara en las guerras del continente africano.
Afortunadamente, contamos con el libro Cold War in the Congo: the confrontation of Cuban military forces, 1960-1967, del historiador Frank R. Villafaña, donde se refiere que "en junio de 1959, Che Guevara visitó Egipto, India, Pakistán, Indonesia, Japón, y concluyó el viaje con una visita secreta a la URSS". Villafaña explica que "mientras se encontraba en El Cairo, Guevara estableció contactos con los movimientos de liberación estacionados en esa ciudad, que contaban con el apoyo de Gamal Abdel Nasser".
Desde mediados de 1959, Castro había puesto los ojos en África. “A partir de una visita posterior del Che y Raúl Castro al Cairo y Gaza a finales de 1959, los líderes africanos izquierdistas de Congo, Ghana, Kenia, Tanganica y Zanzíbar, entre otros, fueron acogidos en Cuba para recibir adoctrinamiento y entrenamiento militar", refiere Villafaña. La participación de Henry Villegas y Víctor Dreke en las misiones africanas data de esas fechas.
El autor recuerda que "En agosto de 1963, Fidel Castro había enviado una delegación a su amigo argelino Ben Bella, encabezada por Che Guevara e integrada por Víctor Dreke, Harry Villegas y Raúl Suárez [...] Las primeras tropas cubanas arribaron al puerto de Orán el 21 de octubre de 1963, en tres buques mercantes: el Aracelio Iglesias, el Playa Girón y el Sierra Maestra. El resto de la tropa arribó el 28 de octubre de 1963, en la nave González Linares".
Los datos técnicos de esta empresa bélica también están registrados en Cold War in the Congo: "Las tropas cubanas estaban integradas por 2,200 soldados, más otros mil de apoyo logístico. Había cincuenta tanques T-55 y algunos aviones MiG-17". Efigenio Almeijeiras comandó el contingente. Al final, "la fuerza combinada de argelinos, cubanos y egipcios resultó ser demasiado potente para los marroquíes, y se acordó un cese al fuego el 2 de noviembre de 1963".
Argelia 1963 es el preámbulo de la fallida misión al Congo de 1965: "A una pequeña parte de las tropas cubanas se le permitió retornar a Cuba, pero la mayoría permaneció en Argelia y otros países africanos realizando labores de entrenamiento de revolucionarios. Algunas tropas se trasladaron al Congo (Brazzaville), posiblemente a prepararse para una futura acción en ese país. Un numeroso contingente de cubanos operó en Sudán durante la rebelión Simba, y fue decisivo en las operaciones de suministro a los rebeldes antigubernamentales congoleses".
6. Los mercenarios de Jon Lee Anderson
El periodista Jon Lee Anderson reaparece en la escena cubana cada vez que se necesita apoyo para una tergiversación, ya sea en su capacidad de hagiógrafo o ofreciendo respaldo a otra campaña en favor de la reanudación de relaciones con los Estados Unidos y en contra del embargo.
A propósito de la cuestión africana, Anderson opina que el Congo apareció allí (apunta con el dedo) de la nada, en el vacío creado por la retirada de los imperios, en los albores del nuevo orden poscolonial. Podría tratarse de una situación parecida a la que experimentó Cuba a raíz del colapso de la Unión Soviética, cuando Jon Lee defendió el derecho de la isla a continuar existiendo como colonia, ya no del "Imperio del Mal", sino de una idea obsoleta: el revolucionarismo, también conocido como guevarismo. No por casualidad su biografía del Che ve la luz en los momentos en que la Revolución Cubana necesitaba desesperadamente un nuevo canto de victoria.
En la página de Wikipedia dedicada a Ernesto Guevara figura la siguiente cita, tomada del programa PBS News Hour, del 20 de noviembre de 1997, en la que Lee Anderson responde a una pregunta de Jorge E. Ravelo, un oyente de Virginia Gardens, Florida:
"Mientras que el Che ciertamente ejecutó a personas [un episodio que he tratado extensamente en mi libro], todavía no he encontrado una sola fuente creíble que apunte a un caso en el que ejecutó a 'un inocente'. Las personas ajusticiadas por Guevara, o en cumplimiento de sus órdenes, fueron condenadas por los crímenes usuales penados con la muerte en tiempos de guerra o en la secuela de esta: deserción, traición, violación, tortura o asesinato. Debo añadir que mi investigación tomó cinco años, e incluyó a los cubanos anti-castristas de la comunidad exiliada de Miami y de otras partes".
"Cubanos anti-castristas de la comunidad exiliada de Miami": Anderson aprovecha cada oportunidad de poner a Miami en su lugar, y el docudrama de Margarita Hernández no es la excepción. Hasta bien avanzada la película, Jon Lee evita la palabra "mercenario", a pesar de que el grupo de malhechores a sueldo ("el Estado les dará lo suficiente para vivir") que integran la tropa del Che merecía ese calificativo. Cuando por fin la utiliza, es para describir, no a los hombres de Guevara, sino a los cubanos anticastristas de Miami:
"Desde la ruptura con Estados Unidos, la CIA había montado una operación, la más grande de su historia hasta ese momento, de reclutamiento masivo de muchos Cubanos Americanos y otros, mercenarios de toda índole, primero en Miami y luego ya un poco por todo el mundo", explica Anderson.
Esos exiliados cubanos "de toda índole", a quienes la narrativa de Margarita Hernández pasa por alto en su recuento de la batalla del Congo, caen fuera del lente, a pesar de haberle dado guerra a Che Guevara en una de las acciones bélicas más calientes en la carrera del argentino. Margarita no pregunta, y Dreke y Villegas no dan detalles del encontronazo con sus compatriotas en las aguas del lago Tanganica. Es la segunda omisión imperdonable en las memorias del año secreto.
7. El inocente
Existen poquísimos documentos que refieran la gesta heroica de los cubanos anti-castristas en el Congo. Pero una cosa es cierta: la batalla del lago Tanganica es la primera victoria militar del exilio sobre el castrismo.
Después del descalabro de Bahía de Cochinos, nuestros guerreros habían jurado enfrentarse al comunismo en cualquier circunstancia y cualquier parte del mundo (whenever and wherever) que requiriera el concurso de sus modestos esfuerzos. Estaban convencidos de que hubieran podido ganar la batalla de Caimanera de haber tenido el apoyo de la aviación yanqui. La cobertura aérea nunca llegó. Habían sido traicionados por John F. Kennedy, pero siempre podían confiar en la CIA y en su insaciable apetito de jóvenes dispuestos a jugarse el pellejo por el ideal de la democracia en Cuba.
¿Entendería Kennedy que Bahía de Cochinos era, a fin de cuentas, la batalla irresuelta de la Guerra Civil, y que Cuba representaba el “extremo sur”, un territorio esclavista en rebeldía, remanente de otra Confederación, la del comunismo internacional? La liberación de Cuba (y la toma de La Habana por los yanquis) era una empresa de importancia conmensurable al sitio de Vicksburg. En Playa Girón la contienda habría durado apenas 72 horas, pero esas jornadas eran de igual consecuencia y respondían a la misma necesidad histórica que ampararon las decisiones de Lincoln y Sherman cien años antes. Bombardeada por Kennedy, La Habana debió arder como había ardido Atlanta, y por idénticas razones.
En ese ambiente de guerra neocolonial aparece la banda de exiliados armada hasta los dientes, algo que estaba vedado a los cubanos beligerantes de Cuba. En el lago Tanganica, y no en Playa Girón, ocurre el enfrentamiento de los cubanos libres y Ernesto Guevara, el argentino desaparecido.
Guevara escapa por un pelo. Privado de albedrío, va a dar a Checoslovaquia y luego a Bolivia, sin siquiera pasar por casa. En el papel de Ramón Benítez es el protagonista de una comedia de errores que conduce a una muerte heroica y anunciada. Si el incorregible Jon Lee no pudo encontrar “una sola fuente creíble que apunte a un caso en el que [Guevara] ejecutó a un inocente”, ahora tenía en Guevara a su inocente, en el sentido lato y el alegórico del término.